El primer paso es poner de acuerdo a un grupo de gente llamado “amigos” con quienes puedes pasar 45 minutos en mitad de una calle decidiendo dónde entrar a tomar una cerveza (¿por qué jugamos?). Esa primera fase anticipa las peleas que habrá durante el viaje, las parejas que no superarán las vacaciones y, sobre todo, confirma lo triste que es la vida de un joven precario. Tras horas de humo, alcohol, calendarios y calculadoras, se acaba decidiendo qué días entregaremos la vida al dolce ferniente (el tiempo empleado en esta primera fase puede variar en función del estado anímico, económico y temperamental que dirían los naturalistas, de tus amigos. Aunque te den ganas de matarlos, no lo hagas es muy posible que todo lo que ahora los echas de más, después los eches de menos).
Segunda fase: decidir el lugar. Eso es, sin duda, lo más complicado. “Yo… quiero playa.” … “Ah! Pues yo prefiero montaña”… “A mí me gusta más el Norte”… “Joder! Yo quiero ver a mis amigos del Sur”… y tú mientras tanto dices “yo preferiría haberme comprado aquella catana y emular a Tarantino”. Después de viajar por la mitad de
¡Bien! ¡TODOS A CUENCA!
De repente de entre la penumbra alguien dice “y… ¿cómo vamos allí? Se inicia la tercera fase. Decidir transporte, todo un proceso creativo. Pasas del avión (aunque no haya aeropuerto) al tren, del tren al barco (aunque no haya mar), del barco al autobús y del autobús al coche de tu padre con 20 años, 3 críos y una abuela, 15 viajes a Benidorm y algún que otro polvo que aún sigues recordando en las noches de verano cuando vuelves a casa escuchando aquella vieja canción que compartió contigo tus primeras juergas.
¡Bien, iremos en coche!
Cuarta fase: alojamiento. Vuelta a la fase dos. ¿Albergue? ¿Hotel? ¿Hostal? ¿Camping? (véase reacción fase dos, de nuevo añoras la catana). Todos frente al ordenador poniendo en Google “alojamiento en Cuenca”. Chafardeas por todos los rincones de la hostelería conquense y al encontrar pelos en los lavabos, feas las toallas, mobiliarios vetustos, lejos el mar, cerca la montaña, sosa la paella, caliente la cerveza, al final alguien dice… ¿y si vamos a otro sitio? Mirada de incertidumbre entre los asistentes al evento, tú buscando en Internet la dirección de la tienda donde viste la catana y vuelta a la fase número 1.
Alguien puede preguntarse por qué ahora, a finales de enero dedico una entrada, la segunda de este blog, a las vacaciones. Muy sencillo. En menos de una semana he viajado a los Carnavales de Cádiz en pleno enero. He subido a Madrid donde me he reunido con mis adorados galdosianos (una ofrenda floral une mucho, os echo de menos) y me he “jartao” a jamón en Salamanca. Y todo eso sin moverme de casa, por el módico precio de 39.99 euros al mes y viajando por fibra óptica desde la pantalla de mi ordenador. A día de hoy, sigo sin billetes, ni de ida ni de vuelta. No me extraña que