lunes, 9 de noviembre de 2009

Lo mismo me llaman Carmen, que Lolilla que Pilar

I'm not Holly! I'm not Lula Mae either. I don't know who I am. I'm like Cat here. We're a couple of no-name slobs. We belong to nobody, and nobody belongs to us. We don't even belong to each other.



Esta es una de mis frases favoritas de Breakfast at Tiffany’s. Mi queridísima Holly se deshace por completo del personaje que de sí misma se ha construido y ya no se reconoce en la persona que realmente era. No tiene nombre, ni identidad. Nadie puede reconocerla y por eso nada pude pertencerle ni pertenecer a nadie.





Me confieso, querido lector: “Hoy soy Holly”.


Todos jugamos con ese doble papel en nuestra vida. El personaje, la cara pública, la imagen positiva y negativa que nosotros mismos ponemos en el aparador y que varía en función de nuestro consumidor en potencia y ese otro “yo”, fiel reflejo del ser que se ha construido a través de otros “yo” (familia, cultura, sociedad, amigos, enemigos, superiores e inferiores, personajes ficcionales –sean nuestros iguales o recreaciones dibujadas por un visionario-) en los que nos reconocemos o queremos reconocernos. Ese juego del doble, de la construcción y reconstrucción constante de nosotros mismos, que a su vez genera un sinfín de clones cuya esencia está en el fondo, no sé muy bien de qué, crea la mayor de las esquizofrenias sociales. La construcción de todas estas identidades nos lleva a ver frente al espejo, no el reflejo de nosotros mismos, sino auténticos desconocidos que nos atraen unas veces, y detestamos otras. Pero a fin de cuentas, todos son nuestros “yo”.

Durante la vida vamos redescubriéndonos y reencontrándonos con esos “yo” que en algún tiempo fuimos y desde el presente, miramos con nostalgia y cierta fascinación idealizada (muchas veces simplemente desencanto) lo que fuimos, aunque seamos incapaces de volver a serlos. Otras, te miras a ti mismo aquí y ahora, a pesar de que ambos deícticos pierdan su valor justo en el momento en que acabas de pronunciarlos, y te proyectas en el futuro creando la imagen de ti mismo que desde los ojos del hoy te gustaría para el mañana. Cuando ese mañana llega a ser un hoy, esa proyección de ti mismo ya no tiene nada que ver contigo, porque lo interesante no ha sido el resultado, lo verdaderamente apasionante ha sido el camino recorrido y las reformulaciones que has experimentado desde tu autoideal. Renovarse o morir… morir para renovarse.





Cuanto más reproduzco en mi cabeza esa declaración de intenciones, más Holly me siento y de nuevo surge la clonación material. Otra yo mira el mundo con ojos insaciables y ambiciosos y no con la definición frívola y negativa que a los ojos del mundo se da a ambos términos. Esa nueva yo que nace a través de Holly, de Emma Bovary, de Isidora Rufete, de Scarlatta O’hara, de Ana Ozores, de Rosalía de Pipaón, vuelve hacerme sentir como ese puro a medio apagar en que tan duramente se ve reflejada la heroína de Clarín. A pesar de todo y como si el mundo fuera una copa del mejor vino, me apetece beberla despacio, sorbo a sorbo, saboreando a cada contacto con el vino los matices, viendo en cada reflejo la variedad de tonos, oliendo el pasado en cada golpe de ola rojiza y deseando que la copa vuelva a llenarse para empezar de nuevo. Lástima que no siempre esa copa de vino nos parezca tan apetecible y llevados por el ritmo monótono y acelerado del hoy, acabemos engullendo de un único trago el elixir de la vida que nos llevaría a un mañana distinto. Quizá es cuestión de crear otro yo, pero esta vez asegurándonos de que es un auténtico enólogo. Hasta entonces seguiremos buscándonos sin descanso. Hoy somos Holly, quién sabe quién seremos mañana.

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